Mamá Lolita: el corazón que alivio el dolor en Puyo
" Por la farmacia de mi madre (Lolita Guzmán Zaruma, 6 de abril de 1920/ Puyo 6 de abril de 1998.) desfilaba en particular la gente humilde con plata o sin ella y con su proverbial bondad, hacía posible que ninguno se vaya sin su medicina, pues si no le alcanzaba el dinero para la receta para curar al enfermo, ella les entregaba sus remedios sin recibir nada a cambio, excepto el compromiso de que apenas tengan vayan a pagarle y si tenía muestras médicas, de manera caritativa les regalaba, pues su anhelo principal era curar al niño, niña o adulto.
Cosa increíble, el haber curado a tanta gente que de otra manera se hubieran agravado o muerto y sin tener otro auxilio que el corazón compasivo de una buena mujer como <doña Lolita> o <mamá Lolita> apelativos que le decían con devoción los humildes del Puyo, estos nunca dejaron de pagar y muchas veces venían del campo de la mano de niños rebosantes ya curados de la tosferina, neumonía, paludismo, parásitos, sarampiones, viruelas, infecciones e inflamaciones, cargados de gallinas y productos de sus fincas a regalar y a pagar sus deudas y agradecer así por la ayuda recibida el momento preciso cuando la urgencia apremiaba, al ser confiadas las medicinas en un pacto de amor entre la necesidad y la bondad con la gente sencilla, a la que por siempre se les metió en el corazón aquella bella señora de pelo blanco y una sonrisa permanente en el rostro, que dio testimonio diario de amor, servicio, y cariño por la gente de Puyo.
Incontables eran las comadres y amigas con quienes conversaban sobre la situación de los hijos, los problemas del hogar y siempre el consejo sabio lleno de amor, solidaridad y de cordura de quien educaba a siete hijos sola al quedarse viuda de nuestro padre. Mucha gente le tenía una fe ciega a los medicamentos que para curar males menores doña Lolita les prescribía. De sus manos incansables para la ternura y el trabajo y de una vieja máquina marca Singer salían también coloridos uniformes confeccionados por encargo de los equipos de futbol, cosidos al caer la noche privándole a su cuerpo el descanso, así como los rizos y tintes del pelo de las muchachas que comenzaban a descubrir en la llamada " permanente ", la posibilidad de estrenar bucles dorados o azabaches cayendo sobre sus hombros, yo desde cierta distancia las miraba rodeadas de ruleros, colorantes y un olor a amoníaco penetrante que inundaba la casa arrendada junto al parque".
(Fragmentos del libro La plaza Roja entre neblina, lluvia y sol. Autor: Marco Tulio Restrepo Guzmán)
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